Se dejaron en "visto"

Foto de Hernán Piñera

“No me entiendes” escribió él. Pero no dijo que estaba triste, que se había hecho ilusiones, que pensó que esa relación podía ser diferente y por eso le enfada tanto el silencio de ella. Ahora vuelve a estar condenado a esperar a que le escriba algo, pero ya no se fía. No confía en nadie. Tiene la certeza de que volverán a hacerle daño, de que volverá a herirle alguien cuya voz ni siquiera ha llegado a escuchar.

“No me escuchas” contestó ella, o tal vez ni siquiera llegó a hacerlo. En cualquier caso no dijo que estaba decepcionada porque pensó que él era tierno y que tal vez podrían quedar y reírse juntos, y caminar de la mano por alguna plaza. Y así ella se sentiría segura y querida. Y por eso ahora solo sentía tristeza y decepción. Y sabía lidiar con la tristeza, pero no le gustaba la decepción, porque le hacía sentirse estúpida por haberse arriesgado otra vez. Con un desconocido. En la red.

Él no sabe que ella está preciosa cuando sale del mar escurriendo sus rizos azabache con su nuevo bañador azul. No sabe que su foto de perfil está trucada - con exceso de maquillaje para hacerla parecer mayor y más sexy - pero que no refleja en absoluto su belleza pura de mujer de veinte años.

Ella no sabe que la sonrisa de él es franca. Que le gusta contar historias mientras lía cigarrillos que luego apenas fuma, “porque el tabaco hace daño” puntualiza sonriente a quien quiere escucharlo.

Él no sabe que ella dibuja cómics en los pocos ratos libres que le dejan sus estudios de arquitectura.

Ella no sabe que él toca la guitarra. A solas, en su habitación. Toca mientras sueña con la vida maravillosa que le espera allá afuera. Aunque apenas salga. Aunque le da pánico. Lo que pueda suceder fuera. Fuera de su habitación.

Él no sabe que ella tiene diez mil hijos ocultos en su vientre. Y que uno de ellos podría ser el suyo. No sabe que ella se mueve con la energía del sol, que su sonrisa puede hacer detener el tiempo. Que si te mira despacio y te aprueba, te hace sentir que tu viaje ha llegado a su destino.

Ella no sabe que él puede pintar la vida de mil colores, que es capaz de juntar palabras para construir frases extraordinarias. No sabe que él es generoso en caricias, que nunca haría daño a nadie. Que solo quiere amar. Que solo quiere ser amado.

Ninguno de los dos sabe que internet es un cementerio de relaciones, de historias de amor abortadas que murieron antes de nacer, de ilusiones enterradas en malentendidos digitales. Ellos no saben todavía que el amor es sobre todo piel, fundamentalmente piel. Piel. No saben que las caritas animadas de los teclados nunca podrán representar emociones. No saben que las palabras más importantes son las que no necesitan ser pronunciadas, que la intimidad se construye con gestos sutiles, que las promesas son manos entrelazadas y mirada al frente. Él no sabe que ella no sabe. Ella no sabe que él no sabe. Los dos se quedaron esperando la respuesta del otro. Se dejaron en “visto”.

Alberto Rodríguez M.

Alberto Rodríguez
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