Motivos y consecuencias

Guernica. Foto de la web del museo Reina Sofía

Arde el planeta en una hoguera de guerras que parecen diseminarse sin control. Unas tan grandes y mediáticas que acaparan todo el espacio de los noticieros. Las imágenes de ejércitos se alternan con las de políticos y mapas de territorios en disputa, dejando claro que hay intereses detrás de las muertes: ansias de poder de gobernantes endiosados, deudas históricas pendientes de vengar, fanatismos religiosos o, simplemente, la necesidad de desviar la atención de la opinión pública hacia otro lado. Hay también guerras pequeñas que arden en escenarios recónditos en los que el planeta se juega bien poco y llevan años consumiendo a poblaciones locales. Esas solo aparecen en la prensa si no hay otras noticias. Los medios de comunicación funcionan bastante como nuestras cabezas; tienen tiempos y espacios limitados, así que deciden qué es importante y qué no, con criterios bastante opacos. Los ciudadanos de a pié consumimos lo que nos ponen y, lo que es peor, acabamos asumiendo las opiniones que acompañan a la información sin tener la oportunidad de crear las nuestras. ¡Ese es el problema!  Nos dan opiniones y no informaciones. Te cuento mi opinión al respecto. Y, por supuesto, esto no es más que una opinión, la mía.

Vivimos en una sociedad megadigitalizada en la que todo el mundo se ha convertido en creador de contenidos (yo mismo lo estoy haciendo ahora). Ya no hay profesionales preocupados por informar objetivamente, ahora todo el mundo opina en los medios y esos puntos de vista son –con frecuencia– muy interesados. Resultado: la sutil linea que separa información de opinión se ha desvanecido completamente. Es muy fácil distorsionar los datos para hacerlos parecer concluyentes, y más fácil todavía crear estados de opinión favorables a una causa cuando tienes poder mediático y dinero para difundir fake news.

Pero además, la realidad parece haberse vuelto más compleja. Tal vez precisamente porque hay demasiada información, multitud de matices y un exceso de opiniones inexpertas. Antes las cosas parecían más simples. Ahora, en las controversias políticas o incluso en las guerras, se hace difícil saber quiénes son los buenos y quiénes los malos. Al menos a mi me lo parece, tal vez porque quedé muy escarmentado de pasarme toda la infancia viendo películas en las que los cowboys eran los buenos y los “indios” los malos. ¡A mí no me vuelven a engañar!

La razón de fondo, la principal en mi opinión, es que la mayoría de la gente no se plantea tener un criterio propio. Es más fácil creer lo que otros nos dicen que pensar para tener una visión propia. Creemos lo que dicen las noticias, olvidándonos que la elección que hacemos de fuentes implica ya un enorme sesgo. Hacemos nuestro lo que dicen escritoras, personajes famosos o YouTubers de moda, porque es gratificante sentir que estamos en la onda. Y, además, repetimos hasta la saciedad lo que hemos leído o visto tratando de impresionar a los demás. Pensar es otra cosa, un ejercicio constante de libertad, un estar dispuesto a equivocarse, a ser tachado de voluble por no estar siempre de acuerdo con el pensamiento dominante. Pensar es arriesgado, complejo; no está al alcance de todo el mundo; requiere talento, conocimientos y capacidad de reflexión. No es algo que pueda hacer cualquiera, ¿o sí? Te propongo un reto. Te ofrezco una serie de fotografías escritas (¡qué concepto más curioso!) y luego te pregunto. A lo mejor tener criterio es más fácil de lo que piensas. Te invito a imaginarlas sin sonido, sin subtítulos; sin importar dónde ocurran, a quiénes afecten, incluso sin entrar a elucubrar sobre razones. Solo imagínalas y permítete sentir aquello que te transmitan.

Un terrorista dispara a bocajarro a una joven que asiste a un festival musical, un padre palestino corre con su bebé destrozado por una bomba entre los brazos, una madre rusa llora descorazonada sobre el ataúd de su hijo soldado, los bomberos rescatan los cuerpos de niñas asesinadas por una bomba en una escuelita de Ucrania, una mujer solloza sin lágrimas en Afganistán porque los yihadistas se llevaron a su marido, un anciano sujeta entre los brazos el cuerpo de su esposa muerta en Siria, una mujer es violada y ejecutada con un tiro en la nuca en un campo olvidado de Sudan, el cuerpo de un bebe muerto flota agitado por las olas en una playa del Mediterráneo.

Tal vez no hayas querido, o podido, hacer el ejercicio. Lo entiendo. Cuando el horror es insoportable nuestra mente trata de desconectar, de mirar hacia otro lado, preferimos creer que eso no tiene nada que ver con nosotros. Es un mecanismo de defensa natural, entendible. “Tu no puedes hacer nada, sigue a la tuyo”, te dices. Y es así, ¿o no?. ¿O no…?

Cada una de esas situaciones tiene una explicación posible, un motivo. Conflictos armados, pobreza, desigualdad, tiranía de estado. Y ante los motivos caben las opiniones: ¿es adecuada la política migratoria de la UE?, ¿gestionó bien USA las guerras de Irak o Afganistan?, ¿es posible la paz sin un estado palestino?, ¿tiene occidente que implicarse en la guerra de Siria? 

A mí, hoy, no me importan lo motivos, ni las opiniones que cada una de esas situaciones me merezcan. Que las tengo, claro que las tengo. Hoy me importan las consecuencias que tienen sobre la gente. Me importa el dolor, el miedo, la desesperación o el horror de los protagonistas de las fotografías que te he invitado a imaginar. Me importan, permíteme enfatizarlo, las consecuencias y no lo motivos. Insisto en que sobre estos se pueden tener opiniones diversas, ante las consecuencias, ante el horror y el miedo que la violencia produce, sólo cabe la empatía, el estremecimiento. Si lo has sentido bienvenido al club, al de la especie a la que perteneces: la humana. Humanidad que hermosa palabra, ¡cuántos matices olvidados tiene!

Te doy mi criterio, por si quieres considerarlo (¡uff!, he estado a punto de decir: “por si quieres hacerlo tuyo”). Es fácil: todo lo que produce sufrimiento, dolor, miedo y desesperación en la gente es malo. No importa el motivo (opinable) que haya detrás. Nuestro derecho internacional tiene herramientas suficientes para decidir si algo es justo, si ha sido realizado en defensa propia, o si es o no una reacción proporcional ante un ataque recibido. Eso debería ser suficiente para valorar lo adecuado de los motivos. Que ellos hagan ese trabajo. Yo me quedo con el criterio de las consecuencias: el impacto que las acciones motivadas tienen sobre la gente. Solo importa la gente, porque es lo que somos todos, lo que nos iguala por encima de las causas políticas o religiosas.

No lo sé. No trato de movilizar conciencias, como mucho de apaciguar la mía, mi mala conciencia quiero decir. Yo únicamente quería compartir mis dudas, por si también son las tuyas, por si a ti se te ocurre algo que podamos hacer. Algo diferente a la callada resignación, al acto egoísta de apartar la mirada y seguir adelante con lo nuestro. Como si “lo nuestro” no fuera el dolor que sufre este cansado planeta, que es tuyo y mío y de todos, y que ahora arde consumido por las guerras. 

Alberto Rodríguez M.

 

 

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