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Me preguntaste qué es la felicidad. ¡Vaya cuestión! Te empecé contestando con algo muy teórico y pusiste caras raras. Me imagino que parecidas a las que yo pongo cuando me cuentas que en tus videojuegos te trasladas de un territorio a otro usando coordenadas. Así que volví a empezar de nuevo tratando de aclarar mis ideas.
La felicidad está hecha de cerillitas. De episodios de dicha, de alegría, que se encienden en nuestras vidas de vez en cuando y por razones diversas. A veces porque conseguimos algo por lo que llevamos peleando mucho tiempo, otras porque estamos en un lugar bonito o estamos haciendo algo que nos gusta. La mayoría de las veces, no te lo oculto, porque estamos con la persona adecuada en el sitio apropiado. Estar con personas a las que queremos mucho nos produce una dicha intensa.
Suele tratarse de momentos que no duran mucho en el tiempo por eso digo que son como cerillas. A veces para encenderlas hay que raspar un poco –la felicidad puede ser muy esquiva–, empiezan ardiendo con inesperada pasión y luego se apagan con rapidez, dejándonos un halo de decepción que se desvanece con el humo. No debes preocuparte mucho por lo volátil de la emoción. Uno no debe obsesionarse por atraparla, basta con experimentarla. La felicidad, como la belleza, parecen manifestarse en lo efímero, en lo pasajero. Como cuando metes las manos en un arroyo y juegas a llenarlas de agua, el disfrute no está en capturar el líquido, sino en la sensación que produce sentir como se desliza entre los dedos.
La fugacidad es condición inherente a la felicidad, está en su propia naturaleza. ¡Espera que ya vuelves a poner caras raras! Te explico. Puedes disfrutar mucho con el perfume de una flor cuando te tumbas en el campo a observarla de cerca, pero acabarás aborreciendo su olor en el ambientador de tu casa. No hay nada más delicioso que saborear un helado en verano, cuando llevas mucho tiempo añorando ese placer. Es la trascendencia del momento lo que importa. Hay gente que devora medio litro de helado mientras ve la televisión sin consciencia de lo que hace. No hay ningún disfrute en eso. La felicidad no está en las cosas, sino en cómo las vivimos. La dicha no es algo que se desprenda sin más de los hechos. Tiene más que ver con los significados que les otorga quien los vive. Y con las emociones que de ellos –sucesos y significados– se desprenden.
Al final la vida, el mundo, esta organizado en extremos que necesitan unos de los otros. Aunque te parezca mentira, para mucha gente la felicidad empieza cuando el dolor se apaga. Nuestro cerebro está diseñado así. Añoramos lo que no tenemos y, con frecuencia, solo entendemos el verdadero valor de algo cuando lo hemos perdido. Te diré que la gente puede terminar cansándose de vidas fáciles y cómodas en las que no pasa nada. Nuestra mente es una insaciable buscadora de novedades. Lo que hoy te llena de satisfacción porque trabajaste duro para conseguir, mañana dejará de importarte porque estarás pensando en lo siguiente que quieres.
Por eso, presta mucha atención a las cerillitas que se enciendan para ti. Trata de favorecer que se prendan. Es más fácil de lo que parece: llena tu vida de gente interesante, de tareas cautivadoras, de retos provechosos. Y los fósforos de la felicidad irán ardiendo para ti. Trata de proteger la llama haciendo un hueco con tu mano para que dure un poquito más. Y disfruta todo lo que puedas del estallido del fuego. Del color. Del olor. Del calor. Saborea con calma los momentos buenos de la vida. Pero no dejes que su final te entristezca. Recuerda que no hay placer sin dolor, ni alegría sin pena. Dicen los científicos que el negro no es un color, que es solo ausencia de luz.
Me preguntaste qué es la felicidad y al final contestar ha resultado más fácil de lo que pensaba. La felicidad son cerillitas, cerillitas de emoción que la vida va encendiendo para nosotros. Ojalá haya muchas en tu vida. Ojalá las sepas aprovechar. La felicidad esta hecha de cerillitas.
Alberto Rodríguez M.