Foto de David Santaolalla
Javi me ha escrito una carta. Dice cosas bonitas de mí como profesional que seguramente no merezco, pero que aprecio mucho porque percibo que están redactadas desde el cariño y la amistad. En cualquier caso, ¡me encanta el detalle!
Las cartas manuscritas son a la comunicación lo que las calesas de caballos al transporte. Y en eso radica su encanto. Las cartas no tienen prisa, se escriben a mano porque esta extremidad está directamente conectada con el corazón. De ahí que cada letra plasmada en un papel dice algo de la persona que la dibuja independientemente de la palabra que acabe conformando.
Cualquier misiva es un alarde de confianza. Hay que encerrarla en un sobre para que su contenido no sea accesible a testigos indiscretos. Luego hay que tomarse un tiempo para ir a un estanco y comprar un sello. En otro tiempo para pegar la estampilla había que humedecerla, lo que hacía el envío todavía más personal: mandabas noticias con un poquito del ADN de tu saliva. Y por fin hay que depositarla en un buzón. Hoy la gente se amarga la vida porque la persona añorada le “ha dejado un mensaje en visto”, sin contestar. ¡Me imagino la agonía de tantos amantes inseguros cuando se decidieron por fin a dejar que su carta se deslizara por la abertura del buzón! Y luego a esperar. Ya no minutos o horas como ahora, sino semanas o meses.
Un cartero recogerá las cartas y las llevará a una central de distribución que se encargará de meterlas en vehículos y distribuirlas por el planeta. Me imagino a las letras inquietas, agitándose por el papel con tanto movimiento, desordenándose y volviéndose a colocar obedientes para no distorsionar el mensaje que han de comunicar. Me imagino las cartas pasando por las manos de empleados soñadores que juegan a averiguar el contenido de los sobres que ordenan. Luego una cartera las recoge y las deposita en el buzón. Ese es el momento más difícil para una carta. Es la última espera cargada de miedos: ¿y si no me recogen?, ¿y si ha habido un error?, ¿y si no le gusto a quién me reciba?
Por fin, el momento cumbre. Un último movimiento. El último, pero el más peligroso. La carta debe hacer una contorsión para no ser rota cuando el receptor rasga el sobre. Es también el instante más hermoso para una buena carta. Ahí las letras tienen que sostenerse con convicción para aguantar el escrutinio del lector. Después, el trabajo ya está hecho. Algunas cartas son olvidadas en la cómoda de un salón, otras se pierden arrugadas en una papelera; pero algunas permanecen, se quedan para siempre. El mejor destino que una buena carta puede tener es envejecer amarilleando mientras es releída una y otra vez. Algunas, solo las mejores, serán depositadas en un sitio especial que el lector tiene reservado para los objetos preciosos que quiere que sigan formando parte de su vida. Ahí es donde guardo la mía, la carta que Javi me escribió.
Alberto Rodríguez M.
Foto plaza mayor de León. minube.com
El día de los solteros, el Black Friday, el Cybermonday, la ofertas de Halloween, del Día de los Enamorados. A este paso acabaremos celebrando el Día de Acción de Gracias y si te descuidas el Nuevo Año Chino. Pero, ¿de dónde ha salido tanta gilipollez? Sí, ya sé, de un mercado loco por vender. Interesado en crear la falsa sensación de que hay días en los que todo es tan barato que puedes comprar cosas que ni siquiera necesitas. Así que todo el mundo pendiente de su móvil para pillar chollos. Es muy fácil, haces un par de clicks y has comprado en una gran red comercial China una verdadera ganga; o le adquieres algo a una compañía americana que paga impuestos reducidos en Irlanda o Luxemburgo o en las Isla Feroes. Le das al click y pocos días después una mensajera encantadora, muy mal pagada y con un horario de mierda, te trae tus paquetes. Tú feliz pensando que has ahorrado mucho dinero. Pero, párate un minuto y piensa, ¿es de verdad ahorrar lo que has hecho, o estás contribuyendo a la catástrofe?
Déjame que cuente ahora la historia desde otra perspectiva. En diciembre de 2020 España tiene un 16% de su población desempleada (¡sin contar ERTES!), un 25,3% está en riesgo de pobreza (¡el dato es de antes del inicio de la crisis COVID!, ahora ni se sabe). Bien, bien, lo que se dice bien, no parece que vayan las cosas. Algún aprendizaje tendremos que sacar de todo esto. Algo estaremos haciendo mal. Te doy una pista de por dónde pueden ir las cosas, y luego tú decides. Seguro que no se te ha olvidado en qué país empezó la pandemia, tal vez hasta recuerdes quién nos vendió a precio de oro las primeras mascarillas, geles y respiradores. Pues mira el dato: la economía China crece al 5% mientras que el PIB español cae un 11%. No les va tan mal a los del Día de los Solteros. Nuestra economía está completamente endeudada y lo va a estar por generaciones. Espera, seguro que estás pensando: ¡vaya rollo!, ¿todo esto qué tiene que ver conmigo?; yo sólo trinqué un ordenata a buen precio en internet. ¡Pues claro que tiene que ver! Ahora te lo demuestro.
Hubo un tiempo que la carnicera salía un día a comprar ropa para su familia en la tienda de su vecina del barrio. Y compraban camisas hechas en Galicia y chaquetas tejidas en Sabadell, que probablemente no eran tan chollos como las que ahora compras, pero daban de comer a hacendosos gallegos y a esforzadas catalanas (que probablemente eran en origen emigrantes andaluzas). Luego la dueña del comercio de ropa iba a comprar a la tienda de electrodomésticos, que vendía unas lavadoras fantásticas que fabricaban en el País Vasco. Y la tienda de electrodomésticos contrataba a personas que se gastaban su dinero en las tiendas de alimentación del barrio que vendía los productos frescos que le llegaban de hortelanos y granjeros de los alrededores. Ya no hace falta que siga con el ejemplo, puedes añadir todas las profesiones que quieras en esta red de comercio local, y luego llevarlos a todos juntos a tomar una cervecita en el bar de la esquina como en las series de la tele. Recuerda además que todos ellos - a regañadientes, eso sí - pagaban y pagan sus correspondientes impuestos a la Hacienda española (o autonómica, eso importa poco ahora). Y que esos impuestos servían y sirven para pagar médicas y maestros, policías y bomberos, y hasta inspectores de hacienda. Profesionales todos que a su vez gastaban sus sueldos en la carne, las lavadoras vascas, la fruta del pueblo, las cervezas o las chaquetas catalanas.
Así que sí, cada vez que haces click y compras algo en un mercado internacional estas contribuyendo al empeoramiento de la economía nacional. Suena fuerte, pero es así. Estás dejando sin trabajo al que produce las materias primas aquí, al que fabrica los productos y a la que los vende. Y encima contribuyendo a que sea la Hacienda de otro país quien se quede con los impuestos que generan todos esos procesos.
¿Sabes qué es lo peor? Que tal vez tú seas la carnicera del ejemplo, o la dependienta de la tienda de electrodomésticos, o el médico, o la maestra o el desempleado de la fábrica de Sabadell que no pudo competir con las chaquetas Made in China. Tú que te quejas tanto de tu situación y te enorgulleces del chollo que has comprado en internet. Asómate a la puerta de tu casa. ¿Ves a tu vecina desesperada esperando que alguien entre en su comercio? La vecina eres tú. Hazte un favor. La proxima vez, antes de hacer click en tu teléfono, piensa si puedes comprar algo parecido en el comercio local. Puede que te parezca que allí las cosas son algo más caras, o que no hay tanta oferta. A cambio busca prendas de calidad fabricadas en España o en la UE. Compra solo lo que necesites porque ni tú ni el planeta se pueden permitir tanto despilfarro, pero compraselo a tu vecino. Haciéndolo, no solo le das trabajo a él, sino a toda la gente del país que ha contribuido en la fabricación del producto. ¿No te he convencido? ¿Prefieres ahorrarte unos euros comprando en la red? Está bien. Estas en un derecho. Pero entonces no te quejes.
Alberto Rodríguez M.
Foto de isumelzo
Desde finales del siglo XIX hasta los 70 del siglo XX los humanos vivimos una época de esplendor tecnológico que nos hacía sentirnos ufanos de nuestros descubrimientos. Ese monito que evolucionando llego a convertirse en homo sapiens, había sobrevivido durante miles de años con muchas dificultades en el ambiente hostil del planeta tierra. Los cambios comienzan en el siglo XVII, el siglo de las luces, nuestra cultura da un salto de calidad al desprenderse de las ideas teocentristas. Hasta ese momento todo se entendía como el “plan de dios”. Las enfermedades, las catástrofes, incluso las guerras eran expresión de la voluntad divina. Los filósofos ilustrados devuelven el poder a la razón y hacen que los hombres empiecen a preguntarse el porqué de las cosas. Y, lo que es todavía mejor, que empecemos a pensar en una metodología que nos permita responder con la mayor objetividad posible a las preguntas que nos hacemos. Así nace el método científico.
Una de las grandes creaciones de la humanidad es este sistema - el método científico - que nos permite plantearnos preguntas, y diseñar metodologías aceptadas por todos para buscar respuestas. Está forma de trabajar nos trajo un gran progreso durante gran parte del siglo XX. Época de grandes avances científicos. Liberados de la coraza teológica y espoleados por la necesidad de avances tecnológicos que imponían las guerras mundiales, los humanos nos lanzamos a la carrera de los descubrimientos. Construimos máquinas que nos transportan a cualquier lugar, incluso a la luna. Descubrimos vacunas para enfermedades como la tuberculosis que habían asolado el planeta sistemáticamente. El homo sapiens estaba pletórico. Convencido de que con su ciencia era capaz de desentrañar todos los secretos del universo. A finales del siglo XX llega el momento de la decepción, de asumir que algunas cosas escapan a nuestro conocimiento, que es imposible tener el dominio de todo. Seguimos sin curar el cáncer y aparece el SIDA, y a pesar de todos nuestros avances tenemos un planeta cada vez más contaminado e insolidario. Donde unos pocos consumen los recursos que deberían ser disfrutados por todos. Hemos creado instituciones planetarias como la ONU que a pesar de su poder no consiguen evitar que el planeta siga consumiéndose en guerras pequeñas y grandes. Decepción.
Foto de isumelzo
El siglo XXI empezó con otra perspectiva, con una cada vez mayor conciencia ecológica. La gente presionando cada vez más a los políticos para que asuman que el plantea está en riesgo. La crisis sanitaria actual es el remate. Un mazazo tremendo. La conciencia definitiva de cuán vulnerables somos. Un salto de gigante para nuestra creciente y amarga cabalgata hacia la decepción.
Me decía ayer una amiga que el sentimiento que más le pesa es el de fragilidad. De que todo lo que ha conseguido con esfuerzo y trabajo se está viniendo abajo. Es un sentimiento de incredulidad, de cómo algo aparentemente tan pequeño puede tener un impacto tan negativo en su vida, en su trabajo, en su familia. De repente todos nos sentimos vulnerables. Todos podemos caer enfermos y morir. Nuestros empleos, nuestras empresas e instituciones están en riesgo. Tememos por nosotros y por nuestros amigos y familiares. Pero también por la sociedad en la que vivimos. Porque al final lo que todo esto evidencia es un enorme fracaso social. Pone al desnudo nuestros sistemas sanitarios, económicos, sociales. Ninguno estaba preparado para una crisis de esta magnitud. Ahora, de repente, nos hemos hecho conscientes de nuestra extrema vulnerabilidad.
Pero el método científico sigue en marcha. Decenas de laboratorios buscan una vacuna y un tratamiento. Tal vez más espoleados por el beneficio económico que de ello se pueda derivar que por el afán de ayudar. Da igual. No podemos olvidar que vivimos en una sociedad de consumo. En cualquier caso los científicos - e investigadoras - son nuestra esperanza. Sentirse vulnerable no es malo. Incluso pude convertirse en una fortaleza si lo sabemos usar como palanca del cambio. ¡Ojalá consigamos aprender algo con todo esto!
Fuera, continua lloviendo. Se que es irracional pero me gusta imaginar que la lluvia limpia y purifica el ambiente. Sigo creyendo que la fortaleza del planeta nos ayudará a salir adelante.
Alberto Rodríguez M.
23/03/2020
Foto Alberto Rodríguez M.
Ahora todos tenemos más tiempo. Aunque no siempre tenemos claro en qué utilizarlo, porque a veces el día se desordena y tienes la sensación de que has hecho pocas cosas productivas. La vivencia del tiempo es relativa. Los griegos tenían dos palabras para referirse al tiempo: cronos y kairós. La primera hace referencia al tiempo objetivo cuyo paso inexorable miden las agujas de un reloj. Kairós es el tiempo psicológico, su significado literal es “momento oportuno”. Y hace referencia a la vivencia subjetiva del paso del tiempo: a veces un minuto se hace eterno, otras un día pasa con demasiada rapidez.
Cronos y kairós se disputan ahora nuestras vivencias durante el encierro. Hay días que parece que nunca acaban, hay ratitos - generalmente los más agradables - que parecen tener prisa en abandonarnos. Todo ha cambiado. También el valor del tiempo.
He estado tratando de recuperar el valor de las cosas sencillas. Tratando de alargar los momentos de disfrute. Saborear es la palabra. Saborear es estirar el goce de los sentidos. Paladear con detenimiento los matices de una buena comida; detenerse en el placer de mirar un cuadro en una visita virtual a un museo; sumergirse con todos los sentidos en la sinfonía de colores de los atardeceres mediterráneos; escuchar con atención la música sin hacer nada más, sin esperar nada, dejando que la melodía te lleve a un viaje sorpresa de sensaciones; entretenerse en una caricia, en un abrazo, aunque sea pequeño y huidizo. Disfrutar con entusiasmo la vida, el momento, lo que tengo. Sin agobiarme por lo perdido. Saborear es lo contrario de añorar o desear. Es focalizarse en el presente y suspender los anhelos. Es bloquear temporalmente la fantasía para hacer algo tan revolucionario como - simplemente - estar. Saborear es hacer que tu mente esté en lo que estás haciendo, disfrutar lo peculiar e irrepetible de cada momento. En mi caso es sacar lo bueno de lo malo. Yo soy esclavo del dios Cronos. Vivo con prisa. Hacía tiempo le debía un tributo a Kairós. Se lo pago saboreando. No se si el dios se sentirá satisfecho con mi ofrenda. Al menos yo disfruto ofreciéndosela.
El exterior se cubre de sombras. El número de muertos se dispara, los servicios se colapsan. La gente empieza a sentir la tensión. Viene lo más duro, dicen. Se refieren a que pronto todos tendremos algún conocido enfermo, tal vez alguno de nosotros llegue pronto a estarlo. Viene lo más duro. No te olvides de seguir rezando a Kairós para que te conceda buenos momentos.
Alberto Rodríguez M.
23/03/2020
Foto de Kevin Gill
Es un gesto común para todos los que manejan dispositivos electrónicos. Si el aparato no está funcionando bien, apágalo y vuelve a encenderlo. Era obvio que el planeta estaba lejos de funcionar adecuadamente. Y no me digan que no es un gigantesco reseteo que millones de personas de todo el mundo vayan a estar encerradas durante semanas en sus casas. Es un apagón sin precedentes. Las industrias, las escuelas, el comercio, el ocio, todo bloqueado. ¿Y cómo será el reinicio?, ¿y si esta crisis nos sirve para reflexionar sobre eso?, ¿y si hacemos bueno el lema “crisis igual a oportunidad” y salimos reforzados de ésta?
No soy nada proclive al catastrofismo, pero sí me parece obvio que estamos maltratando excesivamente al planeta. Sin entrar en descripciones innecesarias, porque ya pasó el momento de los argumentos para convencer a los más escépticos y están ciegos los que no quieran verlo, hay que apostar decididamente por un estilo de vida más ecológico.
Las personas necesitamos entender las razones por las que las cosas suceden. Es otro de las imposiciones de nuestro “cerebro de supervivientes”. Entender algo es aprender cómo funciona y eso nos permite estar preparados para dar una respuesta adecuada la siguiente vez que algo parecido vuelva a ocurrir. Así que no es extraño que mucha gente esté buscando el porqué de esta crisis sanitaria. Los hay que buscan argumentos de homeostasis planetaria. Resumidamente: nuestros ecosistema ha entrado en crisis y la pandemia es un intento desesperado del planeta por auto-regenerarse y recuperar el equilibrio. Por estética que pueda parecer, ésta no es más que una hipótesis imposible de demostrar. así que cada uno le dé la credibilidad que quiera. Al menos sirve para darle un significado positivo a la pandemia. Nos lleva a la reflexión para tratar de sacar algún aprendizaje. ¡Ojalá sirviera para que nos replanteáramos muchas cosas de nuestro estilo de vida! Si hemos colaborado a deteriorar el planeta ahora toca ser agente activo en su proceso de regeneración.
No. No soy muy optimista al respecto. Le preguntaba ayer a un amigo economista si él lo era sobre la recuperación económica post-crisis médica. Me decía que sí, que la gente olvida rápido y vuelve a sus anteriores costumbres. Y creo que tiene razón. Y ello es motivo de alegría pero también de preocupación. Creo que volveremos rápidamente a nuestro estilo de vida pasado. Volveremos, desgraciadamente, a consumir en exceso, a contaminar y a esquilmar recursos. Volveremos a nuestro equilibrio social anterior. Ahí estriba la clave del problema: la sociedad de consumo que hemos creado no se adapta a los recursos que nuestro planeta tiene. El equilibrio social y el equilibrio ecológico no van de la mano, no encajan.
Fotos F. J. Carneros
La gente sigue aplaudiendo a los sanitarios, con toda la razón y merecimiento. Lo mismo ocurre con el ejercito o la policia. Se nos olvida también reconocer a las personas que trabajan en farmacias, en comercios de alimentación o los transportistas. Ellos - ellas - tienen un valor añadido: lo suyo no es tan vocacional, están porque tienen que estar, porque es su trabajo. Otra cosa que vamos a sacar de esta crisis es recordar el valor del agradecimiento. En la sociedad de mercado en la que vivimos todo es entendido como un servicio que se puede comprar. Así que todo el mundo se creía con el derecho a reclamar airadamente a los profesionales de lo público. Lo hacen los que pagan sus impuestos, pero también los que no los pagan. Por esta extraña concepción que tiene la gente de que los servicios sanitarios, sociales o policiales están para servirles a ellos. No importa que no contribuyan a financiarlos, ni respeten a sus profesionales. Ahora todo ha cambiado. Los profesionales que contienen la crisis sanitaria no sólo ponen a disposición su trabajo, también arriesgan su salud y, en último extremo: su vida. El heroísmo no se paga con dinero, el altruismo no se puede remunerar. Solo sirve agradecerlo, con contundencia, desde la emoción que se agarra en el pecho mientras aplaudes. Los aplausos vuelan entre los edificios y atraviesan los muros. Son un suspiro de energía para los enfermos y sus cuidadores. Para que cada uno siga sosteniendo su compuerta y así evitar que el barco se hunda.
Alberto Rodríguez M.
22/03/2020
Hay un cuento clásico norteamericano que narra la historia de Rip Van Winkle un colono norteamericano que, tras encontrarse con unos extraños personajes del bosque y aceptar su bebida, durmió durante veinte años. El problema surge cuando al volver a su pueblo descubre que todo su mundo ha cambiado.
Sólo ha pasado una semana desde la última entrada. Y me siento como el personaje de Washington Irving: sorprendido de cómo ha cambiado el mundo en poco tiempo. El viernes aún salíamos a trabajar o pasear; hoy la policía patrulla las casi desiertas calles del país. Se ha hecho bueno de nuevo el desgastado tópico: sólo la realidad puede superar a la ficción.
Ha sido un tiempo de trabajo, de tratar que las cosas tengan el menor impacto posible en mis diferentes ámbitos laborales. El éxito ha sido relativo. No me quejo. Al menos me ha servido para aprender a usar tres plataformas diferentes de comunicación, a hacer clases online, a comunicarme con la gente a través de pantallas. ¡Yo que llevaba meses en una campaña total de disminuir el tiempo que paso delante de dispositivos! Una cosa sí he descubierto: los que mejor sobreviven al “gran caos” son los frikis de la tecnología, no los fornidos luchadores de las películas. Llámalo justicia poética.
La vida ahora parece un experimento curioso. Todos obligados a convivir con los nuestros y a recordar con nostalgia (no exenta de recelo) a los demás seres vivos con los que compartimos el planeta. De repente las pequeñas cosas empiezan a tener un valor diferente. Ir al trabajo, de paseo o de compras. Entrar a tomar un café en un bar o conducir de noche por la carretera de vuelta a casa. Los pequeños gestos de cada día que - de tan automatizados - parecían casi aburridos. Y que ahora añoramos por perdidos. O por temporalmente perdidos. No seamos dramáticos. Así funciona el cerebro. Tendemos a desear más lo prohibido. Nos gusta pensar que en el pasado las cosas eran mejores. Una gran oportunidad para valorar lo que teníamos.
A mi me gusta entender el cerebro como una máquina. Un extraordinario haz de tejidos que trabajan juntos para hacer que experimentemos un sentido de identidad. Nuestra mente psicológica. Somos cerebro y mente. Biología y psicología. El diseño de nuestra mente responde a un organizador fundamental: sobrevivir. Y para conseguir hacerlo es esencial automatizar acciones. Nuestra capacidad de procesamiento es limitada, así que cuantas más cosas somos capaces de hacer automáticamente, más espacio para vivir, reflexionar o tomar decisiones nos queda. De esta forma somos capaces de realizar un montón de complejos movimientos que nos permiten dirigir un coche, al mismo tiempo que miramos adelante y atrás, y tratamos de prever qué rayos va a hacer el errático conductor que circula en el carril de al lado. ¡Cuántas de esas pequeñas cosas automatizadas se han visto de repente paralizadas! Todas nuestras rutinas se han puesto en evidencia. Para bien o para mal. La pausa permite valorarlas, analizarlas. Nuestro estilo de vida está temporalmente pasando la ITV. ¡Que buena oportunidad para replantearse las cosas! ¿Y si hacemos algo distinto cuando salgamos ahí fuera?
Seguro que alguno -alguna- ya ha pensado que todo eso también tiene su dimensión social. ¿No se puede entender todo lo que está ocurriendo como un gran reseteo social? Pero, ese es mucho tema para un sábado de lluvia. Tal vez otro día pueda reflexionar sobre ello.
Alberto Rodríguez M.
21/03/2020
Fot de Mark Chinnick
NUBLADO
He salido un rato a la terraza. Desde mi casa se ve el mar. Soy muy afortunado. El pueblo está vacío y tranquilo. Una neblina tenue cubre el Mediterráneo. El mar también está en calma. Hoy no va a salir el sol. Me parece una buena metáfora para la situación en la que estamos. A la espera. En mi equipo de música Marsalis hace sonar el saxo con elocuencia. Un buen ambiente para escribir.
Ayer fue el día de los políticos. Reuniones eternas. Medidas drásticas. División de opiniones. Todos quieren su dosis de protagonismo. Y no es momento para salvapatrias. En general no dan la talla. No me gusta este gobierno dividido en el que, hasta en un tema de esta trascendencia, tienen que conciliar intereses políticos. Inexcusable que acudan al consejo de ministros personas en cuarentena. No importa lo drásticas que fueran las medidas que tomaran para evitar contagios. Es el mensaje que se le transmite a la gente lo que queda. Haz lo que digo y no lo que hago.
Luego los mensajes de ambigüedad medida del resto de los partidos: “estamos todos a una pero tú lo haces mal”. Siempre pensando en sacar rédito político a cualquier situación. No dan la talla. No es ese el espíritu.
Foto de Iñaki Pérez
PARÓN PSÍQUICO
He visto en las noticias una imagen de personas en China quitándose las mascarillas. Me ha producido una sensación contradictoria. Suena bien que hayan ganado su batalla contra la enfermedad. Pero el resto del mundo está paralizado y en crisis por un asunto que ellos empezaron. Tengo que confesar que más que esperanza he sentido rabia. Ellos dan casi por zanjado el problema. Ahora su virus es el nuestro. Para nosotros no va a ser tan fácil. Y me planteo yo que el resto del planeta tendrá que reclamarles que de ahora en adelante cambien sus controles sanitarios.
También ha aparecido Trump en la televisión. Me imagino la vergüenza que deben sentir los americanos sensatos teniendo como presidente a este personaje de cara acartonada y tupé inverosímil. Primero decía que no era nada y que se pasaría con el buen tiempo. Luego decidió que era un problema del exterior y que había que cerrar fronteras. Mientras, preguntaba curioso si el virus se podría combatir con la vacuna de la gripe. Ahora parece que se lo toma en serio y se han puesto en marcha para tomar medidas. Esta vez no va a ser tan fácil vaquero. No puedes mandar a los marines a matar a nadie. Ni lanzar un misil atómico para matar el virus. Quédate tranquilo y escucha a tus consejeros. Esta batalla la van a ganar los investigadores y los sanitarios. La gente de a pié sensata. Afortunadamente también tienen muchos de esos.
¡Que horror! Me he dado cuenta de que casi todo lo que tengo que comentar tiene que ver con noticias que he visto en el telediario. Supongo que tiene que ser así. Ahora nuestra visión se ha acortado y nos asomamos al mundo a través de la tele.
Un poco de realidad por fin. La gente ha salido a sus ventanas a aplaudir a los sanitarios. ¡Emocionante! Un buen homenaje. Vamos a necesitar mas gestos de esos. Aplaudamos también a los y las farmacéuticas, empleados de comercios de alimentación, y el largo etcetera de personas que siguen organizadas para mantener en marcha el planeta. Salgamos de vez en cuando a aplaudir, gritar o cantar. Como los italianos. Bravísimo también para nosotros.
Foto de Alexandre Keledjian
TENSIÓN
Hoy ha sido el primer día de tensión en la calle. Este pueblo alegre, que se las arregla para hacer bromas con todo, estaba serio. La gente ha invadido los supermercados, comprando como si no hubiera un mañana. Hemos arrasado con el papel higiénico, los botes de fabada y las judías en lata.
También yo he ido a la compra. Había colas en las carnicerías. Delante de mí, un hombre ha comprado ocho pollos. He presenciado con curiosidad la habilidad con la que el carnicero los troceaba. En otro momento eso me hubiera desesperado. Vivo siempre con prisa. Así que ahora que la vida se ralentiza he tratado de disfrutar de los peculiar del momento. Llevado por la euforia compradora yo he comprado ocho pechugas de pollo. Tal vez porque no quería defraudar las expectativas del carnicero. Estoy seguro que ha hecho el mejor día de caja de su vida.
A la salida, en un paso de peatones, dos abuelas charlaban:
-Dicen que hay comida de sobra, que el problema es que no les da tiempo a colocarla en los estantes- se lamentaba una, con poca convicción. En su bolsa había apenas un par de productos.
-Eso dicen- respondió su amiga, evidentemente asustada. Su bolsa de lona está vacía. La compra no le ha ido bien.
Un tipo grande y gordo pasa a nuestro lado con un carrito de supermercado repleto de comida. Está claro que ha decidido “tomarlo prestado” para no tener que cargar la compra hasta su casa. Ahora el que se asusta soy yo.
Y es que el miedo se contagia más rápido que el virus, ¡y mira que éste parece supersónico! El problema es que las personas no tenemos protocolos personales para gestionar este tipo de crisis. Y las normas de comportamiento las extraemos de las decenas de películas de catástrofes que todos hemos visto. ¡No puede haber modelo peor! En ellas la histeria colectiva se salva porque un puñado de héroes es capaz de encauzar las cosas. Esto no va de heroísmos. Va de que cada uno haga su trabajo. A algunos y algunas - sanitarios, policías, farmacéuticos, empleados de supermercados o de banca - les tocará hacerlo cara al público. Otros deberán tele-trabajar desde sus casas, o seguir acudiendo con precaución a sus puestos de trabajo. Los demás simplemente tendrán que esperar a que todo pase con la única responsabilidad de aislarse, lavarse las manos y cuidar lo mejor posible de sí mismos y de los suyos.
Lo importante es que la vida - y la economía - no se detenga, porque cuanto más grande sea el parón más difícil será ponerse en marcha de nuevo cuando llegue el momento. Así que nos toca mantenernos activos. Una cualidad que nos caracteriza es la creatividad - se está viendo en la cantidad de ingeniosos memes que están circulando -; así que toca ponerse creativos para que cada uno siga adelante con lo suyo. Lo mejor posible.
Un motivo por fin para la esperanza. Los italianos cantando desde sus casas. Saliendo a las terrazas para cantar opera o tararear su himno nacional. ¡Bravísimo!
RESPONSABILIDAD
Escribo solo para reflexionar en voz alta, que es mucho mejor que las conversaciones silenciosas que puedo tener conmigo mismo. Sin un objetivo a priori, más allá de contar lo que veo. Y tal vez aprovechar el tiempo para hacer algo que no había hecho antes y siempre me había apetecido. Las situaciones difíciles nos ponen a prueba, cada uno las gestiona como va pudiendo. Yo he decidido hacerlo así.
Hoy ha sido el día de enfrentarse a la cruda realidad. He dado cuatro horas de clase con bastante asistencia del alumnado. Más de la mitad. Pregunté a los estudiantes por qué habían venido. “Por obligación” fue la respuesta más común. Lo mismo me pasaba a mí. Todos estábamos compungidos. Conscientes de que era absurdo estar allí. Esperando a que alguna autoridad decretara el cierre de las aulas. Es curiosa la cesión de responsabilidad: los estudiantes pensaban que tenían que decidir los profesores, nosotros mirábamos a las autoridades académicas, que a su vez esperaban una decisión política. Tuvimos una conversación chula en clase. Yo explicaba terapia existencial que da para mucho en el tema de la responsabilidad y los valores. Los estudiantes decidieron cortar las clases.
El campus está sucio. Llevamos con una huelga de limpieza más de dos semanas. El caldo de cultivo perfecto para la expansión de un virus que se caracteriza por la rapidez del contagio. Escucho esta mañana al portavoz de los huelguista diciendo que ellos luchan por sus familias, que cada uno tiene que mirar por lo suyo. Me parece despreciable. En momentos como los que estamos viviendo “lo de todos” tiene que estar por encima de los intereses de un colectivo. No quiero a esa gente de vuelta en la facultad cuando todo termine. Estoy seguro que tiene muchas razones para solicitar mejoras. Me hubiera gustado que me las explicaran. En vez de eso atascaron los baños y ensuciaron todo. Han puesto en peligro la salud de un colectivo de 40.000 personas. Espero que algún día paguen por ello. Han defraudado la confianza de toda la comunidad universitaria. Cada uno debe hacer su trabajo. Más si la situación es complicada
A las pocas horas el decanato y el rectorado anunciaron la decisión de cerrar la universidad. De nuevo la gente, desde la absoluta coherencia, tuvo que decidir. Porque los políticos se atascaron analizando prioridades. Entiendo - cómo no voy a hacerlo - que la decisión era difícil.