Foto de tanakawho
Vivimos rodeados de espejos en los que nos gusta mirarnos. No siempre. No a todo el mundo. Nos miramos para comprobar cómo estamos: si me he vestido correctamente, si voy bien peinado, si he vuelto a engordar un poquito. El cristal nos devuelve nuestro propio reflejo, la imagen exterior de nuestro cuerpo. Pero, por mucho que nos esforcemos en mirarnos, los espejos dicen poco de quién somos. Tan sólo es luz, refracción, un destello.
Para entender quiénes somos nos miramos en los demás, en las otras personas. Es como si les pidiéramos prestados temporalmente sus ojos para saber cómo nos ven. Y construimos nuestra identidad basándonos en eso. Desde muy pequeños escuchamos con atención a los demás en un esfuerzo por averiguar cosas de nosotros mismos: si les gustamos, si les resultamos interesantes, si les parecemos dignos de amor. Y todo eso lo vamos traduciendo en clave personal. Vamos masticando la información de los otros y la hacemos nuestra. La convertimos en nuestra propia identidad. Si gusto a la gente será que soy interesante o atractivo. Si me halagan es porque soy bueno y válido. Si me aman es porque soy digna de ser querida. En cuestiones de identidad, los demás son nuestros espejos. Nos miramos constantemente en ellos. Buscamos incansablemente su aprobación. Su reflejo en forma de palabras, de valoraciones.
En nuestros primeros años de vida, mientras vamos descubriendo quiénes somos, las opiniones de los demás son determinantes. Más aún si quién opina es una persona importante en nuestra vida. Por ejemplo, lo que viene de la familia lo tragamos sin masticar. Porque confiamos en ellos, porque tampoco tenemos otro criterio, porque no tenemos una identidad formada que nos permita cuestionar lo que viene de fuera. Simplemente nos lo creemos. Igual que creemos la imagen que el espejo nos devuelve cuando entramos en el baño.
Seguro que has estado alguna vez en una sala de espejos trucados. Uno te hace gordísimo, el siguiente hace que parezcas estirada, otro distorsiona tu cara convirtiéndola en un paralelepípedo inimaginable. Las variaciones nos hacen reír. Somos la misma persona pero cada espejo nos devuelve una imagen diferente. Distorsionada. Algo parecido ocurre con los espejos humanos. La opinión de los demás también puede estar deformada. A veces por la manera de ser del otro: hay gente que sólo te dicen lo negativo. Otras, la distorsión se debe a la relación que tenemos con la persona: para un padre sus hijas son siempre los más listas y guapas. Son solo ejemplos. Hay mil razones.
Cuando eres inmaduro, y todavía no sabes muy bien quién eres, y tienes la desgracia de mirarte en espejos que distorsionan en negativo, acabas sacando conclusiones equivocadas sobre tí mismo. Y te las crees. Y las haces tuyas. Y se convierten en lo que tú eres. O más bien en lo que crees ser. La mayoría de las personas tiene suerte, y se puede ver reflejadas en espejos diferentes: unos mejores y otros peores. Lo importante es aprender que los espejos humanos no son ecuánimes, no son justos. Son espejos encantados como el de la princesa del cuento que repetía incansablemente que ella era la más bella del reino. Recuerda eso cada vez que te mires en uno: puede que el reflejo que obtengas tenga más que ver con el hechizo del propio espejo que con lo que tú realmente eres. No por eso dejes de mirarte en los espejos. Todos lo necesitamos. Eso sí, no te recrees demasiado en los que devuelven imágenes feas de ti. Trata simplemente de entender por qué lo hacen. Y busca mirarte en el espejo de la gente positiva, sucumbe el hechizo de las personas que te aman.
No te equivoques pensando que tu verdadera imagen debería ser una especie de superposición de todas. Eso probablemente sería un engendro. Al final lo que somos tiene más que ver con nuestras elecciones. Así que sé inteligente y elige las imágenes más positivas. Es hacer trampa, lo sé. Pero, piénsalo, si alguien te ve como un ser especial, será que llevas eso dentro. Simplemente hazlo crecer.
A mí me gusta pensar que en mi trabajo también ofrecemos a la gente un espejo. Y reconozco que es uno muy trucado. Le pedimos a la gente que se mire en él y vea lo que quiere ser, la persona en la que quiere convertirse. Es una buena forma para empezar a trabajar. Los terapeutas también somos espejos.
Una última sugerencia. Por si te sirve. Cuando vuelvas a tener dudas sobre quién eres, o sobre si hay o no algo bueno en ti. Cierra los ojos y recuerda la más bonita de las imágenes que alguien una vez te devolvió. Ese –esa– eres tú. Esfuérzate en recordarlo, trabaja para transformarte en eso. Las personas son espejos hechizados.
Alberto Rodríguez M.