Claraboyas

Foto de  Elizabeth Briel

Hay gente, mucha desafortunadamente, que se siente dañada, que cree que hay algo que no funciona bien en ella porque un trauma del pasado les dejó una huella permanente. Es una idea que parece provenir del ámbito de la mecánica: algo se rompió dentro de mí y desde entonces sigo adelante, aunque a duras penas porque ese deterioro me impide estar bien. La idea del daño sirve para explicar casi cualquier contrariedad que aparezca en la vida. Soy una persona rara por estar dañada, o esa es la razón por la que me cuesta relacionarme, o la explicación para que no tenga amigos, o no me vaya bien en el trabajo, o no encuentre pareja. De esta manera, al daño se le responsabiliza de todo: todo lo malo es consecuencia del daño y todo lo negativo que me ocurre prueba la existencia de una herida. Y así, atrapados en ese círculo vicioso, la gente puede pasar su vida entera. 

Además, hay toda una legión de profesionales de lo psíquico que avalan fervientemente la teoría del daño psicológico y sus huellas indelebles. La cosa se complica cuando le añades el concepto de inconsciente: estás mal por algo que ocurrió en el pasado que tú ni siquiera recuerdas porque es tan malo que tu cerebro ha decidido reprimirlo por ser intolerable; de manera que lo que haces en el presente es el producto del trastorno pasado que ahora has olvidado. Esta premisa se traduce en que todos los problemas psicológicos de las personas son consecuencia de experiencias traumáticas inaccesibles y sólo se resolverán cuando consigas acceder a ellas y asumirlas. Creo que es bastante descorazonador asumir este punto de vista. Nos deja sin dirección, sin control, nos exime de responsabilidades; lleva a pensar que lo que soy, que lo que me pasa, tiene una razón profunda y escondida, y como la desconozco no puedo hacer nada salvo ir a terapia. A mí, tengo que decirte, me cuesta muchísimo asumir ese punto de vista.


¿Cuánto de verdad hay en eso? Déjame que te cuente mi forma de ver las cosas y luego tu decides. Mira, yo creo que todos somos producto de nuestro pasado, pero lo veo de una manera muy constructiva. Igual que aprendemos matemáticas, historia o a cocinar; aprendemos cosas sobre cómo funciona el mundo y sobre quiénes somos. Una buena parte de esos aprendizajes son muy automáticos, les llamamos tácitos, lo que quiere decir que funcionan sin que nos demos demasiado cuenta de que los tenemos. Me explico. Hay gente que se desespera ante cualquier adversidad, mientras que otros son absolutamente resolutivos ante los problemas. Hay personas que se creen fantásticas y otras que se sienten tan mierdas que están seguros de que todo les va a salir mal. Tácito hace referencia a que hablamos de creencias implícitas, de las que no somos muy conscientes pero influyen en cómo vemos el mundo y en las decisiones que tomamos. Tácito es lo contrario de explícito. Y muchas de esas creencias silenciosas pueden  explicitarse fácilmente con un poco de ayuda y reflexión. No están bloqueadas o reprimidas, y no necesariamente responden a daños irreversibles. Son simplemente aprendizajes. Hay personas que desde niños aprenden a sulfurarse y gritar cuando se les lleva la contraria; otras son tranquilas y encantadoras, y afrontan los problemas buscando soluciones y negociando. Son así porque aprendieron a manejarse de esa forma a lo largo de su vida. Y, por supuesto, todo el mundo puede aprender a reaccionar de manera diferente.


¿Dónde aprendemos? A lo largo de nuestra historia y bajo la influencia de aquellas personas que son nuestros referentes. Pues sí, en la infancia y cuando nuestra indefensión nos hace depender totalmente de nuestros progenitores, estos son nuestra principal fuente de enseñanza. Y como no podemos contrastar lo que aprendemos lo asumimos todo sin discutir, y en ausencia de otros conocimientos esos se convierten en la única verdad. ¡Nos lo tragamos todo sin masticar! En la adolescencia todo cambia, vamos teniendo nuestro criterio y además contamos con las opiniones de nuestros amigos, profesoras o de cualquiera de las muchas fuentes de información de las que ahora disponemos. Y aparece otro mecanismo de aprendizaje típico de la edad: aprender lo que no quiero ser. Y, a partir de ahí, esas dos maneras de adquirir información nos conforman: quiero ser como tal o jamás seré como cuál. Y vamos aprendiendo de todo lo que nos ocurre y de lo que sucede a nuestro alrededor, y adquirimos creencias (que operan de forma más o menos tácita) y grabamos formas de reacción emocional que, esas sí, funcionan muy automáticamente.


Es bastante fácil de entender que si la mayoría de tus influencias son malas y tu vida está repleta de acontecimientos terribles seguramente lo has tenido más complicado para construirte que aquellos a los que la vida se lo ha puesto fácil. Pero déjame que te diga que conozco personas extraordinariamente fuertes gracias a las vicisitudes que han tenido que superar y verdaderos pusilánimes que se ahogan en un vaso de agua porque jamás han tenido que afrontar una contrariedad. Todo es es bastante relativo.


Concluyendo. Si tu vida no te gusta, haz algo para cambiar. Decía Einstein que no puedes esperar resultados diferentes si continuas haciendo siempre lo mismo. Entiendo perfectamente que si tu vida ha sido dura y complicada, y estás lleno de un montón de creencias y reacciones tácitas que te meten sistemáticamente en problemas, lo tienes más complicado y tendrás que esforzarte más. Lo entiendo. Que algo sea simple de comprender no significa que sea fácil de cambiar. Pero no estás rota, los humanos somos tremendamente resilientes si nos atrevemos a activar ese superpoder. Igual que esos robots de las películas que cuando acaban de ser destruidos sus millones de nanopartículas se vuelven a juntar para reconstruirlos.


Me gustan las claraboyas, esas ventanas abiertas en el techo que dejan pasar la luz y muestran el cielo. Protegen del exterior y dejan que la claridad entre en el interior. Me gusta pensar que a veces necesitamos de claraboyas mentales para que la iluminación entre y nos ayude a entendernos, y a disfrutar de nuestra hermosura interior. Vivimos demasiado deprisa, sin tiempo para pensar, para pensarnos. Necesitamos parar y reconocernos. Dejar que entre un poco de luz a través de la claraboya mental. Eso es lo que yo llamo hacer explícito lo tácito. No hace falta detenerse demasiado u observarse constantemente. Sólo de vez en cuando. Hazte un regalo y permítete disfrutar de la luz que se cuela a través de tus claraboyas.

Alberto Rodríguez M.

 

 

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