Aventureros

Foto de Marco Capaldo

Vivimos en una cultura en la que el éxito esta sobrevalorado. Nos enseñan a pensar que solo seremos felices si conseguimos cosas materiales. Así que nos pasamos la vida afanándonos para pagar una hipoteca o el crédito del coche, o ahorrando para tener algo de vacaciones. La identidad parece ligada a las pertenencias: tanto tienes tanto vales; o lo que es peor aún: tanto tienes, tanto eres. El resultado es que desde muy jóvenes nos empeñamos en una carrera sin fin en la que cada etapa parece estar marcada por un pequeño logro material. Conseguir un sitio digno donde habitar, un buen coche para transportarte, dinero para vivir bien. Lo mismo se puede decir de los títulos, somos un país de coleccionistas de certificados. Los jóvenes no consiguen trabajo así que muchos se dedican a estudiar carreras y luego másteres, y después cursos y más cursos de especialización para tener un buen curriculum. Y después, cuando consigues empezar en un trabajo que generalmente está muy por debajo de tu categoría, vendrá la lucha por progresar. Por conseguir algo mejor. Por demostrar lo bueno que puedo ser. Por demostrarme. A mí mismo. Que soy bueno. Para, al final, poder llegar a creérmelo.

Y sí. Es así. Y no creas que tengo otra alternativa. No sé si hay otro camino. Suena como a carril del tren. A vía única. No puedes evitar subirte. No vas a quedarte en tu casa esperando a que alguien te resuelva la vida. Tendrás que luchar. Pero te aviso. Ten cuidado. Hay formas muy diferentes de transitar el camino del éxito. De la vida.

Hace unos años, muchos ya, hice un viaje al norte de Africa. Yo vivía entonces en Salamanca y nos fuimos en el coche de segunda mano de mi amigo Angelito, un Citroen con el que ahora no me atrevería ni a ir a la compra. El viaje fue una aventura desde el principio. No había que seguir ningún plan. Llegábamos hasta donde llegara el Visa II (no, no tiene que ver con una tarjeta de crédito, es el nombre del modelo de coche). Cruzamos el estrecho y nos movimos sin un plan preestablecido por Marruecos. Hubo muchas risas y algún desencuentro. Pero recuerdo, por encima de todo, la sensación de estar viviendo una aventura alucinante. Y mucha felicidad. Y una gran sensación de libertad. Recuerdo un mundo nuevo que disfrutábamos con intensidad, libres de prejuicios. Sin esperar nada concreto, pero queriendo vivirlo todo como si no hubiera un mañana.

Unos años después volví a Marruecos. Me fugué unas navidades con otro amigo. Nos apuntamos a un viaje organizado desesperados por huir de fiestas y familias. Esta vez el viaje fue distinto. No porque lo disfrutáramos menos; al contrario, el tour dio para anécdotas de esas que siguen contándose cada vez que mi pandilla vuelve a reunirse. Lo diferente fue que esa vez viajábamos con turistas en un viaje organizado. Ya sabes: guía con chistes desgastados, obligación de hacer fotos en los sitios indicados, de comprar en los comercios conchabados y de comer lo que te pusieran en un restaurante para turistas repleto de decorados falsos. Casi todos se quejaban de lo largo del viaje. Para un turista las vacaciones solo empiezan cuando se llega al destino. Llegan a los sitios disparando ávidos sus cámaras para crear recuerdos falsos que luego compartirán presumiendo con sus amistades. No importa el sitio, importa lo buena que es la foto que hice. Están sin estar. Parte del combo es criticar, comparar el destino con su país de origen para acabar concluyendo –por supuesto– que “como España no se vive en ningún sitio”. Terminado el tour, vuelta a casa. Nuevo sufrimiento. Y hasta la próxima. Si la hay.

Si la vida es un viaje. Y al menos, en mi opinión, se parece mucho. Hay también dos formas de transitar por ella. Puedes ir de turista y disfrutar solo cuando llegas a algún sitio; esto es, cuando consigues una de esas metas materiales de las que hablaba al principio. Y hacer como los turistas catetos que se quejan de lo difícil que es el viaje y las ganas que tienen de llegar para, supuestamente, empezar a disfrutar. O puedes ir de aventurero, puedes montarte en un imaginario Citroen Visa II y asegurarte de que disfrutas de principio a final. Para los viajeros el viaje comienza cuando empiezas a prepararlo, y no termina nunca, porque se reinicia cada vez que lo evocas. 

Así que, sí. Volviendo a hablar de la vida: tendrás que esforzarte, tendrás que perseguir la gloria, y exigirle al mundo tu porción de éxito. La que tú necesites. En eso hay muchas diferencias entre personas. Pero no olvides que  la vida es lo que va pasando mientras estás en el camino. Los destinos son pasajeros. Intrascendentes. Sirven, eso sí, para marcar la dirección. Para dar sentido al viaje. Pero la verdad está en el camino. Solo si sabes apreciarlo. Si estás abierto a disfrutarlo.

Alberto Rodríguez M.

Alberto Rodríguez
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