Sistema inmunitario y resiliencia

Foto de Alberto Rodríguez​

Los seres humanos nacemos con dos maravillosos dones legado de la evolución. Tenemos un sistema inmunitario que nos permite enfrentarnos con un cierto éxito a las agresiones de virus, bacterias y todo ese sin fin de enfermedades que pueblan nuestro planeta. Y, además, tenemos una enorme capacidad de resiliencia psicológica que nos ayuda a enfrentarnos a situaciones complicadas, desde catástrofes climáticas o guerras, hasta la muerte de seres queridos o separaciones inesperadas. Parece bien pensado: un sistema de protección contra enfermedades físicas y otro contra problemas de índole más emocional.

Las últimas generaciones de esta cultura nuestra, la española – tal vez podamos generalizarlo a la occidental –, hemos cometido algunos errores de bulto a la hora de educar a nuestros hijos. Todos ellos con muy buena intención, eso sí. Nuestro nivel económico nos permitía ofrecer lo que entendíamos era un mejor calidad de vida para nuestros retoños. Así que el nacimiento de un hijo daba lugar a la compra de un inagotable repertorio de tecnología dedicada a la comodidad del bebé. Pañales, tetinas, chupetes, con sus consiguientes esterilizadores y máquinas para cocinar papillas. Impedimos gatear a nuestros hijos para que no se ensuciaran y procuramos liberarlos de todo riesgo de que se fueran a caer o herir. El problema es que al criarlos con tanta higiene y protección el sistema inmunitario no tiene que enfrentarse desde el principio a los agentes patógenos, lo que hace que aumente el porcentaje de niños enfermizos y alérgicos a todo tipo de cosas. Sí, aunque te parezca extraño, cuando los niños gateaban por debajo de las mesas de los bares cogiendo cosas del suelo estaban haciendo una especie de auto-vacunación. Además, al cambiar los juegos al aire libre por las tabletas disminuyeron las oportunidades de que niños y niñas desarrollaran su cuerpo, su musculatura, su destreza motora y todo tipo de competencias físicas. Ya lo sabes, la obesidad infantil es una plaga en nuestra sociedad.

 

Pero, además, siempre desde la premisa de la protección y el cuidado, decidimos que nuestros hijos e hijas tuvieran todo lo que pudiéramos darles, no importa si lo necesitaban o no, no importa que se lo hubieran ganado o no. Tantas veces he oído eso de “ya no sé que regalarle por navidad, tiene de todo”. Y tampoco es tan raro si lo piensas, la misma afirmación es cierta para muchos adultos. ¡Casi todos tenemos más de lo que necesitamos! Incluso los más desafortunados de esta parcela del mundo más acomodada en la que tenemos la fortuna de vivir. En este planeta nuestro en el que, durante miles de años, sólo las más fuertes, los más inteligentes, las más esforzadas, los más resistentes sobrevivieron; de repente, generaciones enteras tienen más de lo que necesitan sin hacer el más mínimo esfuerzo. Otra tema en el que hemos conseguido revertir en pocas generaciones lo que la evolución tardó milenios en construir. Resultado ¿qué pasa cuando te han dado sin tener que ganártelo? Que cualquier pérdida produce una enorme frustración. Y eso es lo que tenemos en esta época hordas de adolescentes ahogándose en un vaso de agua porque no les compran un teléfono nuevo, les obligan a ordenar su cuarto, las profesoras no les entienden, o su inmenso amor no es correspondido.

No quiero acabar esto en negativo. Aunque crea que tanto nuestro sistema inmunitario como nuestra capacidad de resiliencia va en declive, sigo pensando que la evolución no se detiene y que alguna sabiduría que todavía no entendemos está detrás de esta nueva deriva. La vacuna del Covid salvó millones de individuos con sistemas inmunitarios desprotegidos, y eso parece un buen ejemplo de cómo compensamos nuestras debilidades físicas con nuestra potencia científica. Y lo son también todos esos jóvenes (ellas y ellos) comprometidos con la ecología y el futuro del planeta. Y tal vez ese sea ahora el objetivo prioritario. Hasta ahora nuestra especie ha tenido que hacer un enorme esfuerzo para adaptarse al planeta, ahora eso ha cambiado, somos demasiado destructivos. Tanto que ahora es el planeta el que no consigue adaptarse a nosotros. Y vamos a tener que ayudarlo.

 

Alberto Rodríguez M.

 

 

Alberto Rodríguez
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