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La información es como la comida. A veces resulta complicado tragarla y más difícil todavía digerirla. Nadie está preparado para una pérdida inesperada o para sufrir un despido. Nos resulta difícil afrontar una humillación, un fracaso o un revés importante. Nos cuesta aceptarlo y necesitamos tiempo para asimilarlo. Algo parecido ocurre con los alimentos: la fabada puede ser deliciosa y un plato bien picante puede ser exquisito, pero cuesta digerirlos; peor aún cuando comemos algo en mal estado y el estómago se niega a procesarlo. La vida también está llena de malos tragos que cuesta pasar, de sucesos penosos que provocan pensamientos pesados y emociones picantes difíciles de asimilar. No es tan raro el paralelismo. Nuestro sistema digestivo es una especie de segundo cerebro. El intestino está repleto de neuronas, de ahí que los disgustos y el estrés afecten tanto a su funcionamiento.
El estómago tiene que digerir los alimentos para extraer los nutrientes. Cuando la comida es pesada le cuesta más tiempo, tiene que darle más vueltas y sentimos malestar y acidez. Algo parecido ocurre cuando nos pasan cosas malas, nuestra mente necesita tiempo para procesarlas. Tratamos de aprender de lo que nos sucede, buscamos explicaciones. Pero no todo tiene una lógica, algunos acontecimientos son difíciles de entender. El mundo, la vida, puede ser tremendamente cruel, increíblemente injusta. ¡Seguro que se te ocurren un montón de ejemplos! Así que la mente tiene trabajo de sobra. Lo curioso es que funciona de una forma similar a la digestión estomacal: dándole vueltas y más vueltas a lo que nos sucede, para tratar de entenderlo, para intentar aprender de ello (curiosamente le llamamos a eso rumiar, tomando la palabra de lo que algunos mamíferos hacen para reprocesar la comida que han ingerido).
Hay estómagos que soportan casi todo, a otros cualquier cosa les produce indigestión. Seguro que conoces a gente que se disgusta con las cosas, pero se le pasa rápido. Otros en cambio se quedan atrapados en las aflicciones y les cuesta volver a estar bien. Para algunos los malos rollos son muy fugaces, como palabras escritas en la arena que las olas se apresurar a borrar. Para otros, las emociones son como surcos de fuego hechos en madera seca que tardan días en cicatrizar.
Igual que algunos cuerpos tienen tendencia a ser más obesos, a padecer de colesterol o diabetes; hay mentes que son especialmente pegajosas y tienen tendencia a quedarse atrapadas en las preocupaciones. Cada mente es diferente. Y las tendencias no son fáciles de cambiar. Pero hay algo que puedes hacer para empezar a hacerlo: alimentar bien la mente, igual que lo haces con tu cuerpo. La música, la lectura, un buen paseo o algo de ejercicio, una charla agradable, una buena película, un ratito practicando tu afición favorita. Todo eso es como comer fruta y verdura después de haberte tenido que tragar la guindilla picante de un disgusto. Cuida tu cuerpo con una buena dieta, alimenta tu mente con una buena vida.
Alberto Rodríguez M.